Las Aventuras del Lápiz Viajero

Las Aventuras
del
Lápiz Viajero

El Reino de DulciLandia en Peligro






Dania Victoria Figueroa





Las Aventuras del Lápiz Viajero

En una pequeña tienda de papelería, donde el aroma de las hojas nuevas y la tinta fresca llenaba el aire, vivía un lápiz muy especial. La tienda, aunque parecía común desde fuera, era un refugio para todo tipo de objetos con un toque mágico. Los cuadernos susurraban sus historias en la quietud de la noche, y los colores, aunque quietos, brillaban con una luz suave, esperando ser escogidos. Sin embargo, entre todos ellos, había uno que siempre destacaba, aunque pocos lo notaban: un lápiz dorado que relucía tenuemente bajo la luz del sol que entraba por la ventana.
Este lápiz no era como los demás. No era solo una herramienta para escribir palabras o dibujar formas. Tenía un alma llena de aventuras, de historias que jamás se habían contado. Estaba hecho de una madera antigua, proveniente de un árbol que solo crecía en tierras lejanas donde los sueños se entrelazaban con la realidad. Su mina, fina y precisa, estaba compuesta de polvo de estrellas recogido en noches de luna llena. Y cada vez que alguien lo tocaba, una suave vibración recorría sus manos, como si el lápiz quisiera compartir su magia.
Pero había algo más. Algo que lo hacía aún más especial. Este lápiz podía viajar. No solo de un cuaderno a otro, sino a cualquier rincón del mundo... ¡Y más allá! Podía cruzar montañas en un segundo, volar sobre océanos de tinta, y adentrarse en reinos donde las palabras cobraban vida. Todo lo que necesitaba era que alguien lo sostuviera con firmeza y le susurrara una palabra mágica: "¡Vuela, lápiz, vuela!"

Esta frase, sencilla pero poderosa, despertaba todo su potencial. Al oírla, el lápiz comenzaba a brillar intensamente, envolviendo a quien lo sostenía en una nube de polvo dorado. Los libros cercanos empezaban a abrir sus páginas por sí mismos, los colores en la tienda parecían bailar al ritmo de una música secreta, y las letras sueltas comenzaban a flotar en el aire. Era como si todo el universo del papel cobrara vida por un instante, listo para acompañar al lápiz en sus increíbles travesías.
Y cuando el lápiz despegaba, no lo hacía solo físicamente. Cada trazo que dejaba en el papel era una puerta a otra dimensión, una historia por descubrir o un paisaje por explorar. Podía llevarte a lo más profundo de una jungla imaginaria, donde los árboles hablaban y las flores cantaban, o al corazón de un castillo encantado, donde los libros voladores te susurraban secretos milenarios.
Sin embargo, hasta que alguien lo activara con la palabra mágica, el lápiz seguía esperando, paciente y silencioso, en esa pequeña tienda de papelería. Soñaba con encontrar a alguien digno de su poder, alguien con un corazón curioso y una mente llena de imaginación, capaz de vivir las aventuras que él tenía guardadas. Porque, aunque parecía solo un objeto inerte, el lápiz sabía que había más mundos de los que los ojos podían ver, más aventuras de las que los libros podían contar, y estaba ansioso por revelarlas.
Una tarde, Cristal, una niña curiosa y llena de imaginación, entró en la tienda con su abuelo Ismael. Mientras él conversaba con el dueño, ella se acercó al rincón de los lápices. Uno en particular llamó su atención. Era de color dorado, con pequeños destellos brillantes. Sin poder resistirse, lo tomó en sus manos.


—Este lápiz es diferente —murmuró Cristal, admirando su brillo.
De repente, el lápiz comenzó a temblar suavemente. Cristal sintió un cosquilleo en sus dedos.
—¿Qué está pasando...? —Preguntó en voz baja, pero antes de que pudiera reaccionar, el lápiz habló.
—"¡Hola! ¡Por fin alguien me ha encontrado! Soy Rey, el Lápiz Viajero. ¿Estás lista para la aventura?"
Cristal casi dejó caer el lápiz de la sorpresa.
—"¿T-tú hablas?" —preguntó con los ojos bien abiertos.
—"¡Claro que hablo! Y no solo hablo, ¡puedo llevarte a cualquier lugar que desees! Solo di la palabra mágica: ¡Vuela, lápiz, vuela!"